Reptilectric, el ultimo disco del quinteto, propone un viaje insolito que hace escala en lugares extraños. Con ese sonido, mas una actitud de independencia por mas que trabajen dentro de una multinacional, buscan ganar terreno en la escena rockera latina.
Quetzalcóatl es una serpiente emplumada. Es, también, una leyenda tolteca. Animal terrestre, adosado al suelo, que se arrastra, y ave que vuela, es liviana, se escabulle. En ese juego de roles descansa el plectro primario de Reptilectric (2008), cuarto trabajo de estudio de los mexicanos Zoé cuyo título, adelantan, estuvo antes que la música. “Que suene ‘más Reptilectric’”, solían proponerse en las jornadas de grabación cual comando compartido: duro de explicar, fácil de ejecutar (para ellos). “Por lo general titulas el disco cuando tienes todos los temas, pero aquí el nombre se convirtió en una especie de guía abstracta a la hora de componer y encontrar sonidos”, opina el vocalista León Larregui (atentas, chicas, que fue modelo de Armani). “Se me ocurrió nada más así, y como anduve leyendo sobre profecías mayas lo relacioné con el mito de Quetzalcóatl, un dios mexicano que representa el disco: terrenal y sublime a la vez, vuela y aterriza todo el tiempo.”
Reptilectric, entonces: bases de batería que parecen sampleadas, cuerdas de electricidad medida, una voz camaleónica que transmuta en el entorno, pintas dark, new wave, retoños dinámicos de Radiohead. Y también lugares extraños, paredes de piedra húmeda. Sensaciones sugeridas por un puñado de estructuras algo atípicas que decidieron incorporar a los temas, sin despegar totalmente del molde cancionero. “La organización clásica de la música radiable es verso-coro-verso-coro, pero aquí hay unos pasajes laterales muy interesantes. En este disco es donde más se ha experimentado, y no sólo en sonidos. Si te fijas bien, hay unos pasadizos secretones”, revela el bajista Angel Mosqueda. ¿Otra banda más vanagloriándose de su propio material? El transcurso de Reptilectric, sin embargo, tiende a darles la razón a los Zoé (que se completan con Sergio Acosta en guitarra y Jesús Báez en teclados): once pistas proponen un viaje insólito, frío y edulcorado a la vez, que hace escala en una serie de lugares extraños. Mosqueda dilucida: “No creo que sea un disco psicodélico, pero las letras tienen sus momentos bizarros, y hay pasajes en los que dimos rienda musicalmente. Hicimos cosas que en otras oportunidades no habíamos intentado”.
Aunque ya habían tocado en Buenos Aires, algo que tampoco habían probado era marcar territorio en serio en lo que ahora imaginan como su próxima conquista: América del Sur. Por eso anduvieron por aquí en “plan promocional”, con la promesa de un regreso dentro de unos meses, ya con los instrumentos al hombro. Si Café Tacuba y Molotov desembarcaron grosso y Kinky también pegó a su manera, ¿por qué ellos no podrían? “En México finalmente el rock se está volviendo un poquito más cultura popular, los medios ya entendieron que tienen que hablar del rock latinoamericano y no sólo de artistas del norte”, festejan. Después de romper con su primera multinacional y de experimentar la independencia unos años, firmaron con EMI para su bien recibido disco anterior (Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Vía Láctea, 2006). Pero para ellos la independencia no pasa siempre por el mismo lado. “Desde el principio aprendimos que si no tomábamos las riendas de lo que queríamos que pasara no íbamos a llegar a ningún lado, porque nadie hacía mucho por nosotros en las disqueras. Hemos tenido siempre una filosofía: ellos nos dan el dinero y nosotros hacemos todo. No les enseñamos el disco hasta que no está mezclado, po, y ésa una forma de ser independientes.”
Y entonces aterrizan de emergencia en un término de moda: indie. “Hay mucha confusión, algunos lo ven como un género y no tiene nada que ver. A veces hasta se lo asocia con lo barato y hay cosas independientes carísimas. Ahorita la mayoría de los grupos grandes funcionan de una manera independiente aunque sean mainstream”, prueba el baterista Rodrigo Guardiola, y Angel se le pega: “Es hasta una manera de vestir. Vas a una disquera y te dicen ‘Que el video se vea indie’... ¿indie qué, güey? Ni siquiera saben qué es. La gente está confundida, pero la cosa está muy clara: eres independiente en tus decisiones, en tu manera de trabajar, o dependes de gente, pero la música no tiene nada que ver, puede ser pop, ranchero, lo que sea”.